
Relato de Carla Carmona de la Maratón de Santiago 2018:
Me encuentro en el Km 0, junto a mi amor, sintiendo su angustia de no poder ir más rápido (a 6.30 minutos el kilómetro). Él, un maratonista de verdad, tan gigante como su corazón.
Al día siguiente me contó su relato (que por supuesto da para otro relato): “Con el diablo en un hombro y el ángel en el otro diciendo quiero acompañarla hasta el final, y el demonio recordándole las horas de entrenamiento y su desafío de 3.40 horas”. Finalmente, me dejó en el primer punto de hidratación.
Tengo que confesar que la situación no me complicó, ya que amo trotar sola, abrazada de mí misma, con esa sensación de satisfacción al límite y creyéndome una mujer de hierro. Seguí mi paso “feliz, pero feliz de verdad”, conectada con mi alma y cuerpo al límite, viendo la gente alentándonos a cada paso sin perder la oportunidad de tocar esas manos que se alzaban para darnos fuerza, incluso a los respetados carabineros que sonreían viendo a esta manada de locos trotar 42 kilómetros. Cada uno de ellos me dio sus palmas, nadie se resiste.
Paré en cada uno de los puntos de hidratación, dos Gatorate y un agua, eran fijos en cada uno de ellos, un oasis para nosotros, más mis gomitas salvadoras, mis pastillas para los calambres y mis dextros, las cuales tomaba cada 5 o 6 kilómetros. Mi mayor temor son los “calambres”, ya que si me vienen me inmovilizo completamente, por eso las pastillas, los cuales fueron un éxito. Continué mi recorrido feliz… muy feliz.
Seguí corriendo, esperando que mi mente me dijera que parara, que me retirara. Para sorpresa mía nada de eso ocurrió, jamás pensé en abandonar, jamás me sentí sin aliento, fui feliz los 42 fuck/nice kilómetros que troté.
En el kilómetro 21, punto de hidratación, como siempre busqué mis bebestibles. De pronto, sentí un grito: “Mamaaaaá, Mamaaaaa!!!”, y vi a mi hija corriendo hacia a mí con sus grandes ojos, llenos de orgullo y yo emocionada de verla. Me puse a contarle lo feliz que me sentía y lo increíble que ha sido hasta ese momento. Entonces, le pedí que me acompañara hacer pipí y justo veo un lugar genial… unos autos en un callejón pequeño, le pido a mi hija que me tape… me bajo el short y litros de líquido comenzaron a salir de mí, me largué a reír y mi hija me miró sorprendida y luego me dijo: “Mami la Melito (mi hermana) está ahí”. Entonces fuimos corriendo a verla y conversé un rato con ella contándole nuevamente mi relato, feliz, muy feliz. Ella me alentaba y estaba emocionada de mi logro, mirándome como si yo fuera una Diosa de la carrera, jaja. Luego, me dijo: “Devuélvete y haz como que vienes corriendo para hacerte un video” …. ni lo pensé y lo hice, jaja. Me despedí de mi hermana y de mi hija y continúo con mi desafío, más feliz aún, cargada de energía de haberlas visto.
Les cuento, mi loco garmin me pronosticaba 3.30 horas. Mi amor me decía antes de 4 horas, más loco aún. Yo, la verdad, a ratos me la creía, jaja, a pesar de que mi reloj marcaba 4 horas y algo, estaba en la duda.
Seguí corriendo… busque a la señora de la bandera Entel, la cual marca los recorridos para guiar a los atletas, amorosa a más no poder, y me dijo: “Vente conmigo, no hay apuro y llegas en 5 horas”, a lo que le respondí: “Nooo, tengo mi garmin y mi novio que creen que llego en menos de 4 horas, jaja”, y también, la apuesta de mi mejor amigo que me prometió ser mi sirviente de por vida si llegaba en menos de 5 horas, hora que en mi mente siempre fue mi tope.
Sigo corriendo y sin darme cuenta llego a la famosa avenida Kennedy “El Infierno “, dicen, el muro de los 30…. La verdad no los sentí, claro, un poco más lento, más pesado, pero nada del otro mundo, nada terrible. Aún, sin agitarme y sintiéndome perfectamente, continúo. Me quiero sacar una foto en el puente con el letrero de 30 K, pero no veo a nadie conocido, así que continúo en la subida y pasando a mucha gente. Impresionante los Stands de mutual llenos de gente, hielo por doquier, masajes miles, gente caminando y tirados en el parque, y yo ahí, hidalgamente, plantada en el asfalto sin dejar mi ritmo y un sentimiento de felicidad plena. Prosigo y en el kilómetro 33 mi madrina Javiera me esperaba … ¡qué alegría! …me sacó trote la yegua … el calambre quería llegar a cada rato y lo combatía con todo, con la mente, con las sales, con el ánimo de mi amiga que me conversaba como si nada y yo siguiéndole el ritmo de la conversación, pero feliz. Ya me había olvidado del calambre, su masaje después del control me ayudó mucho, linda ella, una mina seca y con un corazón gigante, paraba a ayudar a la gente que estaba lesionada y me alcanzaba. Así nos fuimos hasta que faltaron 2 kilómetros para el final, vi a su marido, se quedó con él, me hicieron una seña y me dijeron: ¡Dale con todo!
¡Sigo corriendo… veo la meta, el clímax… piqué!, a 5.30 minuto el kilómetro. En eso, mi mejor amigo se alistó a correr conmigo, recordándome que la apuesta iba. Me vi sentada en la playa recibiendo las caipiriñas en Brasil y, mientras me imaginaba esto, mi amigo me dijo: “Amiga, no puedo más de mis piernas…”, y veo que se queda atrás. Avanzo un poco más y se suman mis machos, mi hijo Tomás de 14 años, que corrió sus primeros 10K y mi maratonista estrella que llegó una hora justa antes que yo, un tremendo tiempo, era su quinta maratón. Él es un hombre con un gran poder de control, autoconfianza y persistencia, por eso lo amo y lo escogí. Mi hijo Tomy, feliz, quería que corriera más rápido, pero yo ya no podía más.
En eso me veo envuelta en un túnel… un túnel lleno de gente alentándome y aplaudiéndome. 4 horas, 55 minutos. ¡Me sentí en la gloria!
¡¡¡Grité… grité como loca… llegué!!! …la hice¡!!! …vamos Chile mierda¡!!!
Caminé a recibir mi medalla, iba exhausta. Mis hombres me ayudaron a llegar a ella, recibo la medalla, luego al piso y pienso: Lo logré¡!!!!!!!!!
Hoy, después de días de haber llegado a la meta sigo pensando en ella, pienso que podría haber llegado en menos tiempo, en fin … solo puedo decir que fue la experiencia más maravillosa del mundo mundial.
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